En Magnolia Boulevard y West Penn Street,
anidado entre árboles,
el columbario de St. James pasa desapercibido.
En algún momento quise saber
el nombre de estos árboles que lo rodean,
los he escuchado anidar
generaciones de pájaros,
dormir, en el crudo vientre del invierno,
en la inmovilidad de mi ser,
calladamente, arrancar de sus raíces un suspiro,
no, los muertos, ni los árboles necesitan palabras.
A una cuadra,
la playa se extiende con la sinuosidad de las preguntas.
Yo soy quien en la opacidad de las horas,
camino por la orilla de esa playa desnuda
en búsqueda de cosas inasibles.
¿Hacia dónde se dirige mi alma al amanecer?
¿Hacia dónde va el hombre extremo?,
su giro parece llevarse consigo los árboles perennes del Oriente.
Sobre la arena del tiempo,
mi corazón se sienta a contemplar,
Norte, Sur, divagaciones que desando
desde un occidentalismo accidental.
Mi brújula se rompe en las corrientes cósmicas,
y vuelvo al misterio del columbario,
vuelvo aquí,
a visitar a estos árboles sin nombres,
sin preguntas,
de raíces aferradas a mi fondo,
y, en silencio, sus pasajes me responden.
E. Roxane Aristy
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